Jesús en la Luz del Cristo

Jesús en la Luz del Cristo
 
Los mercaderes de la Palabra
Una religión queriendo hacer de Jesús el hijo único de Dios; con esto confundieron el plano humano y el plano divino, el plano histórico y el plano cósmico.

Como principio cósmico, se puede decir que «el Hijo»  la segunda persona de la Santísima Trinidad, es el hijo único de Dios. Es este principio cósmico al que se ha dado el nombre de Cristo, y es con este principio cósmico con el que, mediante su trabajo, Jesús hombre se identificó.

Toda la confusión procede de no saber cómo interpretar la palabra «el Hijo»  El Cristo es el Hijo de Dios en tanto que es parte de Dios.

Es él quien ha sido llamado el Verbo. Él es la primera palabra proferida por Dios cuando dijo:

«¡Que sea la luz!»   La luz es el hijo primogénito de Dios, la sustancia que Dios engendró para hacer de ella la materia de la creación.

Todo lo que vemos a nuestro alrededor no es más que luz condensada. Y esta luz, que se convierte abajo en materia, es arriba la síntesis de todas las virtudes divinas.

La luz es ésta realidad cósmica y espiritual que aún no podemos concebir. Los místicos hablan de la luz, los físicos y astrofísicos hablan de la luz, y ésta palabra «luz» parece corresponder a realidades diferentes. Y sin embargo, no es así, en su origen se trata siempre de la misma realidad.

Pero la luz continuará siendo todavía durante mucho tiempo un enigma para los humanos; excepto cuando lleguen al final de un largo trabajo espiritual de remontar hasta su origen para fusionarse con ella.

Y esto es, precisamente, lo que logró Jesús, y es en este sentido que podemos decir, que es el Hijo de Dios: porque se fusionó con el Verbo que es la primera emanación divina.

Ahora puedes comprender mejor. El hecho de usar las mismas palabras, «padre» e «hijo», no implica que debamos confundir las realidades humanas con las realidades cósmicas.

El Padre y el Hijo, la primera y la segunda persona de la Santísima Trinidad, pertenecen a un orden completamente diferente.

Dios padre es el principio creador; y su Hijo, a quien los cristianos llamaron el Cristo, es su emanación.

 

Cristo es la Luz de Dios
Es este principio, el Cristo, el que debe descender hasta cada ser humano por el poder del Espíritu Santo, con el fin que cada uno se convierta en un verdadero hijo de Dios, en una verdadera hija de Dios.

Jesús recibió el principio del Cristo en plenitud, pero Jesús no es el Cristo. El fue el conductor del Cristo, fue la voz del Cristo, sirvió al Cristo, se identificó con el Cristo, pero no es el Cristo.

El Cristo, hay que comprender, es un principio cósmico.

Este principio puede encarnarse en un ser que esté preparado para recibirle.

Jesús era un hombre, un hombre que vivió hace dos mil años en Palestina.

El Cristo, que es el segundo aspecto de Dios mismo, jamás ha tomado un cuerpo físico, y no lo tomará jamás; no puede convertirse en hombre, sólo entra en las almas y los espíritus que están dispuestos a recibirle y a fusionarse con él.

Es así como entró en Buda, en Moisés, en Zoroastro, en Pitágoras, etc. El Cristo, que es un espíritu de luz y de amor, continúa siendo un espíritu.

Y Jesús, como todos los demás Iniciados o Iluminados, debió recorrer un largo camino antes que este espíritu descendiera en él.

Si fue llamado Jesús-Cristo, no es porque fuera el Cristo, sino porque recibió el Cristo. Comprended bien esto, el Cristo es una entidad divina que no tiene que aprender nada en la tierra, pero Jesús, sí.

Jesús debía instruirse. Jesús, el hombre, no pudo evitar la instrucción terrestre, y durante treinta años se preparó para su misión.

Muchos otros errores se han mantenido a la fuerza en la mente de los hombres, el poder de algunos los ha mantenido dormidos, atados a una realidad que no es, solo para manipular y sacar provecho de otros.

Si hay una cuestión en la que es­tán de acuerdo todos los budas del mundo, es ésta: Que el hombre, tal como es, está dormido y debería des­pertar. El despertar es el objetivo y el despertar es la esencia de todas sus enseñanzas. Zaratustra, Lao Tzu, Jesús, Buda, Bahauddin, Kabir, Nanak, Chuang Tsu… todos los despiertos han enseñado una única lección. En diferentes idiomas, con diferentes metáforas, pero su canción es la misma. Así como el mar tiene un sabor salado, ya se prue­be por el norte o por el sur, por el este o por el oeste, el sabor de la enseñanza es el estado de vigilia, el despertar de conciencia y la sanación del corazón.    

Y te has creado religiones, dioses, oraciones, ritos, sacados de los sueños. Tus dioses son parte de tus sueños, como todo lo demás. Tu política es parte de tus sueños, tus re­ligiones son parte de tus sueños, tu poesía, tus pin­turas, tu arte… todo lo que haces. Como estás dormido, ha­ces cosas según tu estado mental.

 

Tus dioses no pueden ser diferentes de ti
¿Quién los va a crear? ¿Quién les dará cuerpo, forma y color? Tú los creas, tú los esculpes; tienen ojos como los tuyos, nari­ces como las tuyas… ¡y mente como la tuya!

Esto, en su momento lo hicieron notar los griegos al decir, “si las vacas tuvieran dios, lo verían con forma de vaca”.

El Dios del Antiguo Testamento dice: «Soy un Dios muy celoso.» Vamos a ver: ¿quién ha creado este Dios tan celoso? Dios no puede ser ce­loso, y si Dios es celoso, entonces ¿qué tiene de malo ser celoso? Si hasta Dios es celoso, ¿por qué tú habrías de pensar que estás haciendo algo malo cuando sientes celos? ¡Los celos son algo di­vino!  

El Dios del Antiguo Testamento dice: «Soy un Dios muy coléri­co. Si no cumples mis mandamientos, te destruiré. Te arrojaré al fuego del infierno para toda la eternidad. Y como soy celoso, sigue diciendo Dios, no debes adorar a nadie más. No puedo tolerar­lo. ¿Quién creó semejante Dios? Esta imagen tuvo que crearse a partir de nuestros propios celos, de nuestra propia cólera. Es una proyección, una sombra nuestra. Un eco del hombre y de nadie más. Y lo mismo se puede decir de todos los dioses de todas las religiones.        

¿Qué sentido tiene ha­blarle de Dios a gente que está dormida? Escucharán en sueños, so­ñarán con lo que se les diga y crearán sus propios dioses que serán completamente falsos, completamente absurdos. Lo mejor es prescindir de tales dioses.      

El silencio es el espacio en el que uno despierta, y la mente ruidosa es el espacio en el que uno permanece dormido. Si tu mente continúa parloteando, estás dormido. Si te sientas en silencio, si la mente desaparece y puedes oír el canto de los pájaros y no hay mente en tu in­terior, un silencio… este silbido del pájaro, este gorjeo, y ninguna mente funcionando dentro de tu cabeza, silencio total… entonces la concien­cia aflora en ti. No viene de fuera, surge dentro de ti, crece en ti. Por lo de­más, recuerda: estás dormido…

Todo lo que existe es resultado de la sustancia divina, todo es Dios.

La única diferencia se halla en la conciencia, y Jesús tenía la más elevada conciencia de la Presencia de Dios en él.

Es pues, esta conciencia la que debemos desarrollar, hasta fundirnos en la Divinidad para poder decir un día como Jesús: «Mi Padre y yo, somos uno.»

 

Falsas enseñanzas
La Iglesia tenía la misión de aclarar la enseñanza de Jesús, mostrando que el ser humano sólo existe porque en él mora lo divino, y que su vocación es acercarse cada vez más a esta divinidad que lleva en él.

Pero al fabricar toda clase de historias imaginarias a propósito del mismo Jesús, no sólo no aclaró esta enseñanza, sino que no ha cesado de oscurecerla.

En tiempos de Jesús, el emperador romano, era considerado como una divinidad. Aunque fuera un tirano sanguinario, un incapaz o un loco, tenía el título de «dios», era obligatorio postrarse ante sus estatuas, y después de su muerte entraba en el panteón de las divinidades romanas.

Por tanto, no convenía que Jesús fuera considerado como inferior a un emperador romano. Entonces, como había dicho que era el hijo de Dios, los Padres de la Iglesia fueron progresivamente inducidos a presentarle como la encarnación viva del Cristo; y como había muerto, era necesario que resucitara y subiera al cielo, exactamente como los emperadores romanos.

¿Cómo se podría ahora conseguir que la Iglesia reconociera semejantes errores?

La Iglesia ha confundido a Jesús con el Cristo no tanto para conservar el prestigio de Jesús, sino para conservar su propio prestigio, porque tenía que adquirir y conservar un prestigio. Indudablemente también deseaba hacer el bien a los cristianos y animarles a creer, pero lo hicieron presentando a Jesús bajo una imagen prodigiosa.

Todo ser humano llega al mundo marcado con una huella divina, y si no toma conciencia de ella o pierde esta conciencia, es porque los sacerdotes, los pastores, los papas, gurúes, etc., no han hecho correctamente su trabajo.

Parece como si la Iglesia no hubiera querido ver dónde se hallaba la verdadera grandeza de Jesús, este hombre que vino un día a revelar a los otros hombres que todos eran de esencia divina, todos por igual hijos e hijas del mismo Padre celestial.

En vez de empeñarse tanto en demostrar y repetir que Jesús no era otro que el Cristo, hubiera sido más útil que explicara a los humanos lo que son ellos mismos.

En efecto, la clave de la religión está en que el hombre aprenda ante todo quien es él.

Hasta entonces lo único que hará será engullir toda clase de teorías y de creencias sobre algo que no conoce: a sí mismo.

Si Jesús era por naturaleza diferente de todos los demás humanos, ¿cómo podía esperar que le comprendieran y, sobre todo, ser un ejemplo para ellos?

Tristemente, se llegará a la conclusión que Jesús era insensato, puesto que él que era Dios, pidió a los humanos que hicieran las mismas cosas que él, prometiéndoles incluso que podrían hacer aún cosas mayores.

Y puesto que Jesús estaba tan lejos, tan inalcanzable, era necesario un intermediario entre él y los hombres; entonces, evidentemente, es la Iglesia quien se atribuyó este papel de intermediario al decir: «Fuera de la Iglesia no hay salvación.»

¿Cómo podemos imaginar que cualquier cristiano, por el sólo hecho de haber sido bautizado, merece una salvación que Platón no merece?

¿De dónde pudo la Iglesia sacar esta pretensión de imponer semejantes creencias?

¡Como si la salvación de los humanos debiera depender de la época en que vivieron: antes o después de Jesús!

Por mucho que la Iglesia se obstine en fijar un comienzo y un término a la revelación divina, Dios, Él, no se deja impresionar por estos decretos y sigue sin tenerlos en cuenta.

La religión cristiana no perderá nada de su grandeza dejando de decir que el mismo Cristo fue quien descendió a la tierra en la persona de Jesús. ¿Por qué continuar queriendo basar el cristianismo en una afirmación tan insensata?

Y ahora, los cristianos esperan de nuevo su venida. Pero aquí también, esperar la venida del Cristo como un acontecimiento que debe producirse en el tiempo, es muy ingenuo.

Porque el Cristo no existe ni en el espacio, ni en el tiempo, vive en el infinito y en la eternidad.



La venida del Cristo
Por tanto, que se diga que ha venido, que viene o que vendrá, equivale a lo mismo, no hay fecha para su venida. Al igual que no debemos confundir la venida del Cristo con la de Jesús, tampoco debemos esperar su regreso. Jesús ya realizó su trabajo, es más, él mismo anunció que son las «energías»  del Cristo las que volverán, no él.

Solamente debemos ponernos a trabajar para que nazca y se manifieste en nosotros. Es hora de que abandonemos estas quimeras referentes al regreso del Cristo. Diréis: «¡Pero está escrito que vendrá sobre las nubes!»

Sí, como en el teatro, ¿no es cierto?, cuando al final de una obra se hace descender del cielo un dios que resuelve todos los problemas de los desgraciados humanos. ¡Pero comprended que estas nubes son simbólicas!

Las nubes, que pertenecen al dominio del aire, representan simbólicamente el plano mental.

Es, por tanto, en la cabeza de los seres humanos donde el Cristo debe venir, y viene en forma de sabiduría; luego desciende hasta su corazón, que representa el dominio del agua dónde se manifiesta como amor.

Y además, ¿qué creéis?¿qué esperáis? En el estado actual de cosas, incluso aunque Jesús volviera, no serviría de nada porque estorbaría los intereses de tanta gente, que se buscaría la manera de hacerle desaparecer.

El Cristo sólo puede venir si los seres humanos trabajan para que primeramente venga en su interior.

Desgraciadamente, cuanto más imaginaban los cristianos cosas increíbles respecto a Jesús, más se convencían que le estaban con ello manifestando su amor y su respeto.

De pura palabra, así es fácil manifestar su amor y su respeto. Pero si se respeta a Jesús, si se le ama, no sólo se debe renunciar a cometer actos que puedan ofenderle, sino, sobre todo, esforzarse en comprender su pensamiento.

En todo ser humano que viene al mundo, es cada vez, el principio divino el que desciende a encarnarse, es el principio que los cristianos llaman, el Cristo.

En efecto, este acto se repite cada vez que un niño viene al mundo; y le corresponde a ese niño o niña, trabajar toda su vida para que su naturaleza divina, el Cristo, extienda su poder sobre su naturaleza humana (es decir sobre su naturaleza física y su naturaleza psíquica), y la ponga a su servicio.

En Jesús, la fusión de la naturaleza humana y la naturaleza divina se realizó a la perfección. Pudo identificarse con su Padre Celestial porque logró liberarse de todas las escorias que impedían esta fusión.

Cualquiera que sea el grado de evolución en el que se encuentra, todo ser humano posee, al menos en germen, esta naturaleza divina, y su vida en la tierra sólo tiene sentido si toma conciencia de la necesidad de desarrollar esta semilla en él.

Cualquiera que sea el Maestro espiritual cuyo ejemplo siga, su única tarea consiste en cultivar en sí mismo este germen de la Divinidad.

Por tanto, Jesús no es Dios que vino a encarnarse en un momento dado de la historia.

Pero en un momento dado de la historia, hubo un ser que había tomado conciencia hasta el punto más elevado, de su dignidad de hijo de Dios y que quiso enseñar a los hombres que todos eran, ellos también, hijos de Dios, portadores del Cristo.

En lugar de dejarse impregnar por esta verdad, los cristianos pasaron su tiempo glorificando la divinidad de Jesús y condenando, persiguiendo, e incluso exterminado las otras religiones y todos aquellos que no aceptaban «la fe verdadera», como les gusta decir.

No se apresuraron demasiado en seguir el ejemplo de Jesús mismo. Un hombre de paz.

Y entonces, ¿quien con su actitud limitó la difusión de este mensaje verdaderamente revolucionario?

Bastaba con leer atentamente los Evangelios para comprender lo que debía ser retenido de este mensaje. Pero no, la Iglesia cerró los ojos ante ciertas verdades y fabricó otras.

No se trata de estar en contra de la autoridad de la Iglesia. Es útil, incluso necesario que exista una institución, espiritual, de la que los humanos puedan recibir una orientación y consejos. Lo que es inaceptable son las bases sobre las que ha sentado su autoridad, y cómo la ha ejercido.



Tu camino
Una religión debe esencialmente tener como fin la transformación, la mejora del ser humano, y el ser humano no puede mejorar si se le repite incesantemente que su fundador es de una naturaleza distinta a él.

Los cristianos sólo podrán llamarse verdaderamente discípulos de Jesús si se esfuerzan en seguir su ejemplo y llegar a ser como él, porque son de la misma naturaleza que él.

Evidentemente, en el transcurso de la historia hubo entre los cristianos seres de élite que, a pesar de la oscuridad y limitaciones de la enseñanza que habían recibido de la Iglesia, lograron elevarse hasta una comprensión excepcional del mensaje de Jesús.

La Iglesia se apropió de Jesús para moldear un cristianismo a su manera, pero he aquí que esta propiedad comienza a escapársele de las manos.

Jesús saldrá del ámbito histórico para entrar en el ámbito universal en dónde todos comprendan que pueden recibir al Cristo en ellos mismos.

El Cristo no pertenece a una pequeña sociedad en alguna parte.

Y en otros planetas, ¿acaso Dios les ha privado de su Presencia?



En ti está la semilla

¡Con seguridad en otros planetas también se encarnó el Cristo! Puesto que Dios es amor, también ha ido a visitarlos allí.

Una semilla es minúscula; si la pesáis, no alcanzará más que algunos miligramos, y un ligero soplo de viento se la llevará; pero sembradla, y cada día la veréis crecer: nuevas ramas, flores, frutos... y estos frutos, a su vez, darán otras semillas que continuaréis sembrando, y he aquí que empezarán a crecer otros árboles magníficos.

Esto es lo que he hecho, por ejemplo, con el «Padrenuestro». He tomado esta semilla, la he plantado en la tierra de mi ser, la he cuidado, la he regado, calentado, iluminado, y ahora se ha convertido en un árbol cuyas raíces se hunden profundamente en mi alma y cuya cima se eleva hasta el cielo.

Por eso, es que hay que entender que esta oración se puede profundizar hasta el infinito, porque abarca todos los ámbitos de la vida, alcanza todos nuestros procesos psíquicos y espirituales, y le da un sentido a nuestra existencia. 

Pero al igual que la semilla, es necesario ponerla primero dentro de la tierra, hacerla viva dentro de sí. Entonces se descubre progresivamente toda su riqueza.

La gran mayoría de los cristianos recitan esta oración, la pasean por sus labios por todas partes, pero jamás la plantan. Entonces, ¿qué pueden saber sobre ella? Es una semilla que jamás ha sido enterrada en la tierra, y permanece ahí, oscura, inerte, sin serles de ninguna utilidad.

«Padre Nuestro, que estás en los cielos...» ¡Tan sólo estas pocas palabras, y cuántas cosas que comprender! Si nuestro Padre está en los cielos, significa que nuestra verdadera patria se halla arriba, en el mundo divino. Allá esta nuestra casa.

A medida que una religión se extiende por el mundo, pierde su pureza inicial. Con el tiempo, desaparece el espíritu y solamente quedan formas, ritos, preceptos.

¡Cuánta distancia hay entre la manera cómo se aplica y lo que había originalmente en la cabeza de aquél que la estableció!

¿Por qué? Porque no se supo conservar su espíritu. ¿Y por qué no se sabe conservar su espíritu? Porque siempre se las arreglan para utilizar las ideas más nobles para satisfacer los intereses más egoístas.

Afortunadamente el espíritu divino que mora en todas las voluntades nunca se deja ahogar por completo, y como un fuego que todavía arde bajo las cenizas, espera el momento propicio para reanimarse.

Por tanto, no debemos preocuparnos por las religiones, incluso cuando están aparentemente muertas y enterradas, en realidad se preparan para renacer bajo otra forma.

Es por los humanos por los que debemos preocuparnos, los humanos que no saben lo que pierden al no esforzarse en descubrir en sí mismos la Presencia de su Padre y de su Madre celestiales con el fin de reconocerse como hijos suyos.

Cuando Jesús usó el nombre "YO SOY" Él realmente estaba usando el nombre divino por el cual el Dios se había revelado a Moisés en la zarza ardiente. Dios se reveló a Moisés como "Yo soy el que yo soy". "YO SOY" es el nombre para Dios que Jesús reafirma, cuando le preguntan en nombre de quien sanaba. Respondió Jesús, YO SOY EL me ha enviado.

Jesús le dice a todo el mundo, ustedes también son Dios. Dios y Diosa.